Tengo que reconocerlo: He recaído. Recaí hace unos meses. Tras varios años alejada de la cafeína... he vuelto a ella. Mi manchadito al día empieza a ser una costumbre tan sagrada para mí como la música de mis piratas.
Quizás se deba a que durante los años que dejé el café, tenía bastante más tiempo para dedicarlo a la cama. El sueño suplía la cafeína, era un sucedáneo. Eso era antes. Ahora, incorporada al 'mundo laboral', obligada a madrugar cuando toca y cuando no también, mi cuerpo ha dicho basta.
Fue poco a poco, y cuando vine a darme cuenta, había caído. Al principio era esporádico: alguna mañana llegaba al trabajo con tiempo de sobra y me decía a mí misma que estaba bien un café para hacer tiempo hasta que fuese mi hora de 'picar'. Empecé una vez por semana, después varias veces... y ahora si algún dia no tengo tiempo de tomármelo, lo echo en falta.
Somos animales de costumbres (esta frase tendría también sentido sin las últimas dos palabras).
Hay personas que acompañan el café con un cigarrillo, pero como yo no fumo, lo acompaño de otras cosas. Como trabajo en turnos de mañana o de tarde, cuando trabajo de mañana, el café va a acompañado del periódico y su autodefinido, para empezar el día jugando con las palabras pero sin hablar, y así golpear las neuronas para que espabilen. En cambio, cuando trabajo de turno de tarde, el café va acompañado de los Simpsons, pues el bar donde lo tomo es un bar familiar, con niños incluidos, que tienen siempre a los reyes de los dibujos a todo volumen. Y comenzar el trabajo tras una dosis de ironía y la estupidez de Homer, tambien es un buen comienzo.