Hay personas que llegan a nuestra vida sin llamar a la puerta. Cuando crees estar en paz, seguro de lo que tienes, de lo que quieres y de que la vida que llevas es la que deseas seguir llevando, entonces llega alguien que te remueve. Te hace desear hacer cosas diferentes. Me gusta esa gente. Personas que nos aportan algo, sin ser conscientes de ello. Únicamente siendo ellos mismos, nos hacen desear ser mejores personas. Movernos. Respirar hondo.
Encontrar personas así es un fenómeno que pocas veces se da a lo largo de la vida, por eso cuando nos ocurre deberíamos estar dispuestos a oír. Atrevernos a escuchar. Tener coraje para aceptar opiniones distintas a las nuestras. Mirar y dejarse mirar. Hablar y dejar hablar. Solamente de esa forma podremos darnos tal cual somos: preguntando con palabras, respondiendo con miradas. Sin guardar reproches para el final.
No es fácil darse a los demás. Abrir el corazón y ser nosotros mismos no es cosa de un día: antes hay que vencer la desconfianza y el miedo a salir herido. Aunque supongo que sólo hablo de mí ¿no?
La sociedad no necesita más dudas, sino certezas. Pese a que en ocasiones tengamos la sensación de que pocas cosas merecen la pena, hay personas que nos hacen firmar la paz con el mundo. Que nos dan una tregua. El tiempo con ellos es un paréntesis. En nuestra vida conoceremos gente muy distinta, pero pocos estarán con nosotros para siempre. Unos se alejarán voluntariamente, con otros seremos nosotros los que pondremos tierra de por medio.
Pasarán muchas personas que con el paso el tiempo solo serán un rostro que recordar. Otras se convertirán en alguien sin rostro, pero con voz. Y los recordaremos por lo que nos enseñaron. Unos pocos tendrán ambas cosas, rostro y voz, y querremos hacerles un hueco, compartir conversaciones y silencios. Jugárnosla con ellos, a ver si sale bien.
Cuando entramos en una habitación oscura, es un acto reflejo buscar la pared. Siempre necesitamos un apoyo. Un límite que nos sitúe donde estamos. Y ese límite, esos “tirones de orejas”, suelen ponerlo este tipo de personas, capaces de ver cosas en nosotros que para los demás son invisibles.
Hace poco me encontré con un amigo al que hace tiempo no veía, y me preguntó cómo me iba la vida, a lo que respondí educadamente, pero sin decir nada, como suelo hacer cuando no tengo ganas de dar explicaciones. Le dije: la vida ha dado muchas vueltas desde la última vez que nos vimos. Él pareció entender perfectamente lo que le decía pese a mi parca respuesta, a lo que únicamente añadió: y las que tiene que dar, Marta, y las que tiene que dar. Pues eso.