jueves, 6 de octubre de 2011

SOLEDAD

Me gusta la soledad. Creo que hay determinados momentos de la vida en los que es necesaria. Tanto como la compañía. La soledad está injustificablemente mal vista. La miran de reojo, con desconfianza, con miedo. Se huye de ella como si el hecho de que nos visite sea algo definitivo. Tememos que se nos acerque: convertirla en nuestra compañera sería motivo para que nos tachen de socialmente inadaptados. Siempre le ven el cariz negativo, y la asocian a otras dos palabras denostadas: tristeza y melancolía.
Pese a todo, para mí la soledad no está tan mal. No hablo de la soledad como aislamiento, como incapacidad para tener y mantener relaciones personales. La soledad más absoluta no voy a defenderla. Ese tipo de soledad yo también la quiero lejos.
Defiendo la soledad como elección personal. Como época de la vida en la que reclamamos un espacio para nosotros. Un tiempo de reflexión. Un paréntesis. Para hacer. O para no hacer. Solo un espacio para estar solos. Revisarnos por dentro, porque siempre hay tiempo para todo menos para pensar en lo que se nos mueve por dentro.
Soledad que rogamos durante un tiempo en el que nos apetece decir no a cualquier invitación a tomar café, una cerveza, un paseo, un viaje. Hablo del derecho que tenemos a decir que no nos apetece hacer algo sin necesidad de justificarnos por ello. Sin que nos lo reprochen. Del respeto que merecemos por “necesitar” que nos dejen en paz. Eso no quiere decir que los demás no nos importen. A los demás podemos quererlos con locura. Pero cuando uno necesita estar solo, es solo. Sin excepciones.
Poder elegir la soledad como única compañera es una opción tan válida como cualquier otra. Cuando estar solo es una elección propia (como debería serlo todo lo que hay en nuestras vidas…) podemos llegar a disfrutarla tanto, que el resto de mortales serán incapaces de entendernos. De comprender que se puede ser feliz pasando el día con un buen libro. O tirado en la cama, vagueando, levantándonos únicamente cuando fisiológicamente no aguantemos más. Escuchando música todo el día, sintiendo las letras, marcando el ritmo en una bolsa de palomitas que hemos acabado mientras disfrutábamos por enésima vez de aquella película que de adolescentes nos hacía llorar y ya nunca consigue hacernos sentir lo mismo... Son esos días, los que a muchos sacan de quicio, los que yo echo de menos. Días solitarios. Puede ser. Sin embargo yo creo que cada uno de nosotros somos tantas personas, que ni estando solos, lo estamos.

sábado, 1 de octubre de 2011

el valor de lo relativo


Nos quieren hacer creer que todo en esta vida tiene un precio. El tiempo es oro, dice alguien: en algunos parkings pagas el minuto como si lo fuera. El agua, necesaria para vivir, en Murcia adquiere un valor que en otras Comunidades escandaliza. El aire, sin el que tampoco podemos sobrevivir, también tiene precio. No el aire tóxico que respiramos por la calle, sino el de casa. Pagamos por tener el aire frío o caliente según la época del año. Pagamos por humidificarlo si tenemos problemas de pulmones. Con nuestros impuestos pagamos por tener un parque limpio por el que salir a pasear ¡pagamos por poder caminar! Pagamos por la salud y el físico. Vamos a un gimnasio tres horas a la semana, pero mientras tanto usamos ascensores, escaleras mecánicas, cogemos el coche en lugar de caminar doscientos metros… y después ¡vamos al gimnasio!

El amor también se compra. Bueno, no el amor, pero sí el matrimonio. Parejas que los ves y piensas: si no tuviera dinero, iba a estar esa ‘pedazo de tía’ con él. Y viceversa. Se compra el sexo, y repito el tópico de que es el negocio más antiguo del mundo. Y digo negocio, no trabajo, porque la explotación nunca la aceptaré como trabajo. No me digan: pues hay mujeres que viven de eso. Porque también hay mucha gente que vive de pedir en la calle, y a nadie se le ha ocurrido siquiera legalizar la mendicidad como oficio. Aunque no daré ideas, porque hay tanto idiota ahí fuera…

Se compra la amistad. Bueno, no la amistad, pero sí la compañía. Personas que se rodean de otras a base de pagarles desayunos, cafés… Van siempre con una legión de acólitos y parecen las personas más sociables del mundo. Sin embargo, el día que dejen de pagar las rondas, se quedarán más solos que la luna. Igual pasa con los jefes que parecen enrollados, que creen comprar el respeto de sus empleados con pequeños ‘premios’ y comidas de empresa. Sin embargo, si los empleados tuviesen que pagar estas comidas, no iría ni el tato. Porque los jefes siempre serán jefes, y están ahí para mandar, no para ser tus amigos. Además, bastantes horas los tienes que aguantar en el trabajo como para verlos fuera de él.

Es difícil encontrar algo que sea gratis. Igual que es difícil encontrar el amor incondicional. La amistad verdadera. Los besos y los abrazos sinceros. Pero cuando los encuentras, te das cuenta por qué no tienen precio, por qué no los cambiarías por nada. Porque hay cosas que el dinero no puede comprar. Para todo lo demás… eso creo que ya saben como acaba.