Las personas no se alegran por el bien de otra. Cuando a alguien le ocurre algo malo, entonces todo el mundo se abalanza sobre él para preguntar cómo, cuándo y por qué le ha sucedido tal desgracia. Necesitan saber los acontecimientos con todo detalle para luego comentarlos con otras aves carroñeras, exagerándolo todo a cada palabra.
Pero no se comportan así porque les importe la otra persona, estén preocupados por ella y necesiten saber exactamente qué ocurre para detectar el problema y ayudar en lo posible. No. En ningún momento hay una pregunta que en estos casos debería ser imprescindible: ¿y TÚ cómo estás? ¿Cómo te sientes TÚ? No importan los detalles de lo ocurrido, las palabras… lo único que debería importar es cómo te sientes. Cómo te encuentras tras los hechos. Es como si tu pareja te deja por una tercera persona y tus “amigos” en lugar de preguntar cómo estás, vienen a sacarte información sobre quién es esa persona, cómo se conocieron y cuándo inauguraron tu cornamenta. Pero generalmente las personas no se preocupan por las personas. ¿Qué emoción tiene que alguien esté depresivo, triste? Ninguna. El verdadero interés está en conocer los motivos de esa tristeza: un divorcio, la muerte de un hijo… eso sí que es de interés popular. No las personas.
Sí, ante lo malo hacemos una fiesta que podría ser declarada fiesta nacional. El patetismo siempre ha funcionado muy bien. Nuestras vidas están tan vacías que hay que llenarlas con cualquier cosa, y la mierda ajena ocupa mucho espacio.
Veámoslo desde el lado contrario, cuando una persona llega ante otra contándole algo bueno:¡Me he licenciado! o ¡He estado quince días de vacaciones en Punta Cana! Ante esta efusividad, el interlocutor se limita a articular un “¡ah! ¿sí?”… y en alguna ocasión especial termina este balbuceo diciendo la mentira más grande que se le ocurre: ¡me alegro por ti! Para acto seguido cambiar de conversación, mostrando un total desinterés por la buena nueva. La alegría de uno mismo no llena (ni importa) a los demás. A los demás no les preocupan nuestros sueños, porque no están en ellos.
Hay excepciones (afortunadamente) dentro de la regla. Siempre hay alguien que nos quiere de verdad. No de boquilla. Estas personas son las que no necesitan fingir, ni decirnos lo mucho que se alegran por nosotros. La sonrisa se les escapa al pensar en lo bueno que nos está ocurriendo. No hacen falta palabras. Su cara lo dice todo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario