miércoles, 3 de febrero de 2010

MIEDOS

Miedo a querer y no poder. A poder y no querer. Miedo a tener algo. Miedo a que nos lo quiten. Miedo a que la felicidad no sea para siempre. Miedo a que las tristezas se queden para toda la vida. Miedo a luchar por algo. Miedo a conseguirlo. Miedo a intentarlo. Miedo a fracasar.
Miedo a ser nosotros mismos. A no serlo. Miedo a que nos juzguen y miedo a ser indiferentes. Miedo a la verdad. Miedo a las mentiras. Miedo de los enemigos. Miedo de los amigos. Miedo a necesitar tiempo. Miedo a que todo el tiempo no sea necesario. Miedo a hacer esperar y que se vayan sin nosotros.
Miedo a hacerlo y arrepentirnos después. Miedo a no hacerlo… y arrepentirnos también después. Miedo a volver a llorar de dolor. A no volver a llorar de alegría. Miedo a la gente. Miedo a estar solos. Miedo a hablar demasiado. Miedo a no haber hablado lo suficiente. Miedo a escuchar un “te quiero”. Miedo a decir “te quiero”. Miedo a coger a alguien de la mano. Miedo a no querer soltarla nunca más. Miedo a que no nos comprendan y miedo porque nos entienden demasiado bien.
Miedo. El miedo viene de serie en las personas, como si de un órgano vital se tratase. Por eso es bueno aceptarlo. Reconocer que lo sentimos, porque de una forma u otra nos acompañará de por vida. El miedo nunca se pierde, sólo se transforma en otros miedos.
Un amigo me lo dijo el otro día, y tiene razón: el miedo de los adultos es peor que el de los niños. Es más grande. Si un niño tiene miedo a la oscuridad, basta con dejarle una luz encendida en su habitación, y dejará de soñar con monstruos. Si tiene miedo de dormir solo, su madre lo acunará y en minutos estará durmiendo profundamente.
Pero a nosotros… nuestros miedos están huérfanos de cura, no sabemos de donde vienen porque el miedo ni razona ni nos deja razonar. Está hecho de otra pasta. No nos deja movernos, no cede, no se rompe. Nos impide respirar, nos hace suspirar de resignación.
Algunos de ellos no podremos superarlos nunca. La única alternativa que se me ocurre es aprender a vivir con ellos. Porque a veces nos cansamos pelear contra cosas que nos han venido sin pedirlas. Por eso me he propuesto algo que no va a ser tarea fácil: ignorar los miedos. Dejarme llevar.

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