sábado, 20 de febrero de 2010

¡Cambios!

Las personas cambian. Todos lo hacemos. Pero no deja de ser triste darse cuenta de que has dejado de tener en común algo con quien antes eras uña y carne. Quizás siempre fue así, me digo, solo que no era objetiva para darme cuenta.



Sí, será eso, porque ahora todo el mundo me lo dice. No ha cambiado, nosotros siempre hemos visto a esa persona como tú la ves ahora.


El caso es que ahora me resultan incómodos los cafés. Los silencios. Las conversaciones banales, vacías, huecas. El no profundizar, no hablar de nosotros, de lo que nos pasa por dentro. Sólo contarnos cosas que bien podríamos contarle a un simple conocido que nos encontráramos por la calle después de mucho tiempo.


A veces pienso que es mejor dejarlo. Que no tiene sentido mantener esas relaciones con personas que están ahí solo porque un día llegaron.


Pero por otra parte, siento que merece la pena mantenernos unidos, por lo que un día fue… y por lo que quizás un día puede ser. O quizás no.


Si alguien ha cambiado para convertirse en su opuesto, ¿por qué no puede volver a cambiar y ser quien era?


Supongo que las personas no son lo que queremos que sean. Y a ellos les pasará lo mismo con nosotros.


Es triste.

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