Hace un par de años, alguna “persona” abandonó a un pastor alemán cerca de mi casa, en la orilla de una carretera. A diario pasaba por allí y lo veía buscar desorientado una cara familiar entre tanto coche. Yo lo bauticé como Bruno. Se lo puse porque había pasado mucha 'hambruna'. Por eso no me dedico al humor.
Bruno no se movía del sitio donde lo dejaron, imagino que esperando que volviese su dueño. Algunos de los que pasábamos a diario por allí, le llevábamos agua y comida, por lo que al cabo de una semana el can había recuperado fuerzas para irse a buscar suerte lejos de esa carretera. Un día incluso fui con mi primo para intentar llevárnoslo a casa, pero el perro no se quería alejar de allí, por más que lo intentamos. Se dejaba acariciar. Era dócil y cariñoso, pero su cariño no era para nosotros. Y se negó a venir.
Recuerdo que una noche volvía a casa de madrugada, y llovía bastante. Era una de esas tormentas de verano. El perro allí estaba, al amparo de las estrellas, calado hasta los huesos, esperando a su amo. Me enfadé tanto, que envié un mensaje de móvil a mi primo, cabreada como estaba por tanto cafre suelto... tanto animal de dos patas. Y vagamente sonrío al recordar su respuesta (aún conservo ese mensaje), porque se puede aplicar a todos los aspectos de la vida: a veces queremos a quien no lo merece, a veces preferimos aguantar a nuestro dueño cabrón antes que intentar una vida nueva y mejor. Y a veces esperamos bajo la lluvia ese coche que nunca pasa...
Bruno tuvo un final feliz. Una pareja lo acogió en su casa, no me preguntéis como consiguieron que se fuera con ellos.
Llámadme exagerada si queréis. Pero tengo una especial sensibilidad hacia aquellos (personas o animales) que no pueden defenderse solos, y también hacia quienes no conocen la maldad ni las segundas intenciones. Y este es el caso de los perros. Que a la gente le parece un regalo perfecto para Navidad y cuando llega el verano... ¡¿qué hacemos con esto!? Por eso no me gustan las personas que abandonan perros. Se siente. Me gustan las personas que tienen corazón, soy así de exigente.
Y es que, Benjamín Prado tiene razón: hay personas que tienen suerte de ser como son, porque si alguna vez necesitasen un trasplante de corazón, les podrían poner el de una hiena, y eso les haría mejores personas.
se lo hemos leido a mi duque y le ha gustado porque no para de lamernos y se le seca la lengua
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