Ojalá todo fuese evidentemente bueno o malo. Blanco o negro. Pero no existen los matices. Todo se funde, me confunde, y a veces pienso tantas veces en las mismas cosas que lo que en principio parecía lo correcto, deja de serlo.
A veces me digo que todos somos iguales, todos somos personas y por lo tanto todos tenemos los mismos derechos. Pero decir todos, es decir demasiada gente.
Una persona comúnmente conocida como honrada (ahorradme la definición, porque sé que sabeis a lo que me refiero) no puede tener los mismos derechos que los chupasangre que nos rodean, los lameculos, interesados, falsos y traidores.
Me da miedo la gente con una ideología muy cerrada y también aquellos que no creen en nada. No sé quiénes son más peligrosos.
Me dan miedo ver algunas escalas de valores en las personas, y en otras lo que me da miedo es no verlas.
No puede ser que a la hora de repartir el pastel, siempre pillen los mismos el trozo más grande. Y los que lo pillan pequeño, que se den con un canto en los dientes, porque cada vez hay más personas que no cogen ni las migajas.
Lo mío no son monólogos internos, son diálogos. Sopeso los pros y los contras de absolutamente todo antes de hacer algo, y la cago. No sé como lo hago, será un don.
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